
El 12 de junio de 1921 nació en Valencia uno de los grandes referentes del cine español, director y guionista especializado en retratar su entorno a través de un gran ojo crítico y con particular sentido del humor. Con una obra anclada a su tiempo, y a su vez, completamente atemporal, se alza un autor capaz de mostrar en sus películas las miserias y virtudes que forman nuestro carácter patrio. En la Filmografía básica de hoy: Luis García Berlanga.

Bienvenido, Míster Marshall (1953)
Villar del Río es un pequeño pueblo en el que nunca sucede nada, pero un día se juntan dos acontecimientos: la llegada de la cantante folclórica Carmen Vargas, y la noticia de que van a recibir la visita del comité del Plan Marshall.
Bienvenido, Míster Marshall es una de las obras primigenias de Berlanga y representa con claridad uno de los principios básicos de su cine: mostrar con mirada detallista y crítica las miserias de la España de postguerra, impregnando de comedia negra la tragedia de los hechos acontecidos. La actual España vaciada, repleta en ésa época de trabajadores de la tierra con sueños humildes, buscaban una vida mejor, en especial para sus vástagos. Las aspiraciones de mejora y los sueños de progreso económico y tecnológico, se abren paso gracias a la promesa de llegada del Plan Marshall. Los toros y el flamenco que inundan las poblaciones más turísticas de cualquier región española de la actualidad, se usan como reclamo por los habitantes del pequeño pueblo de Castilla en el que está ambientada la acción, para que los americanos queden prendados del sabor de la manzanilla y de los cantes jondos, y entre baile y copa, conseguir que aflojen la billetera. Pero como es costumbre en el cine de Berlanga, y como se puede dilucidar al percibir el tono general de la película, no es oro todo lo que reluce. El gran Pepe Isbert, uno de los grandes nombres de la actuación de nuestro cine, se convierte en protagonista absoluto de la película encarnando a un perenne alcalde del pueblo con sueños de grandeza, en las que incluso fantasea con ser un sheriff del oeste (dejando claro que no son solo los extranjeros los que mitifican y distorsionan la realidad). Berlanga consigue a través de la sátira, y de un plumazo, reírse de las instituciones del país, de la cruda realidad que se vivía en los pueblos tras la guerra civil y de las falsas promesas de prosperidad que ejercía la propaganda de la época. Un compendio de falsas apariencias que a través de la voz en off de Fernando Rey, presenta la acción, el lugar y los personajes de forma detallada para adentrarnos de lleno en ese pueblo fascinado por el extranjero que solucionará sus pequeñas miserias, por el salvador que los sacará de sus penurias. Un clásico del cine español, que nos deja una mítica canción para la historia.
«Como alcalde vuestro, yo os aseguro que para pagar esto ni un céntimo ha salido de las arcas públicas, porque en las arcas jamás ha habido un céntimo».

Plácido (1961)
Plácido ha sido contratado para participar con su motocarro en la cabalgata organizada para promocionar la campaña «siente a un pobre a su mesa», pero justo ese día, vence la letra de su vehículo.
El dúo formado por Luis García Berlanga y Rafael Azcona consigue alcanzar una de sus cumbres cinematográficas con Plácido, obra coral de ingente cantidad de personajes, historias cruzadas y ritmo endiablado en los diálogos, filmada para propiciar un puñetazo en toda la cara a las clases pudientes y a la caridad cristiana imperante. Comedia coral, retrato costumbrista de una época, cine provinciano, sátira social… todos esos conceptos sirven para etiquetar una película que consigue deslumbrar por su relato, pero también por sus alardes técnicos, gracias a largos planos secuencias en los que el director sigue de cerca la acción saltando de una conversación a otra sin dejar lugar para el silencio o el descanso. Lejos de cierto optimismo plasmado en films anteriores, Plácido se torna una fábula navideña amarga, en el que las clases altas de la jerarquía social aplastan sin miramientos a los que están por debajo, para s su vez, sentirse deseosos de mostrar públicamente su caridad al invitar a un pobre a la mesa en la cena de nochebuena. La hipocresía como tema central de una sociedad lastrada por las apariencias, avergonzada de sus miserias y presumida de su falsa bondad, encharcando en ese pusilánime pensamiento todos los estratos sociales. La influencia del neorrealismo italiano se plasman en un film que pese a alejarse del tono documentalista, consigue ser ferozmente realista al plasmar de forma concentrada una época, unas gentes y unas mentalidades encasilladas. Cassen y José Luís López Vázquez encabezan un reparto formado por grandes nombres de la época: Elvira Quintilla, Amelia de la Torre, Julia Caba Alba, Amparo Soler Leal, Manuel Alexandre, Mari Carmen Yepes, Agustín González y Luis Ciges son algunos de ellos. Obra maestra de brillantes diálogos que señala sin tapujos a la burguesía de la época, y que para regocijo de muchos, consiguió superar la censura del Franquismo. Hace 60 años de su estreno y resulta de tan rabiosa actualidad que duele.
«Esta Nochebuena, siente un pobre a su mesa»

El verdugo (1963)
José Luis es un empleado de funeraria que sueña con emigrar a Alemania. Su novia es hija de Amaedeo, un verdugo que está a punto de retirarse. Amadeo trata de persuadir a José Luis para que solicite su plaza.
Tras la excelencia alcanzada con Plácido y la fría acogida de la obra episódica Las cuatro verdades, pocas personas podrían imaginar que la siguiente película de Berlanga se convertiría en uno de los films más referenciados y venerados de su filmografía, y en consecuencia, de la historia del cine español. El verdugo es un alegato contra la pena de muerte y el poder del sistema para absorber la voluntad y los valores del individuo. Otro óleo repleto de detalles que analiza la idiosincrasia del carácter patrio, con un punto de vista ácido, tierno y áspero. La conjunción formada por Luis García Berlanga, Rafael Azcona y Ennio Flaiano al guión, alcanza la perfección planteando diálogos y situaciones incómodas, pero a su vez, de tremenda comicidad, forjando un camino hacia una tragedia final más que esperada, pero no por ello menos impactante. El constante uso de la elipsis a lo largo del metraje avanza la trama al mismo ritmo vertiginoso de los diálogos a los que nos tiene acostumbrados el director. Sin duda, la obra formalmente más elegante de Berlanga, con un uso magnífico de la profundidad de campo, los planos secuencia y con escenas que se graban en la memoria, por mencionar dos de ellas: el juego de sombras con la Guardia Civil en la «cova del drac» de Mallorca o la secuencia del del patio de la cárcel con esa perfecta contraposición del verdugo y su victima, en dos estados anímicos opuestos y antónimos a su deber. El dúo actoral formado por Pepe Isbert, como el viejo verdugo que se retira, y Nino Manfredi, el joven yerno trabajador de pompas fúnebres que coge el relevo en el garrote vil, está espléndido, consiguiendo transmitir una veracidad y una empatia hacia sus vivencias y valores personales que hacen que se nos remueva algo por dentro al plantearnos el dilema con el que juega la película: ¿Aceptaríamos las ventajas de una vida mejor a cambio de realizar un acto que va en contra de nuestra ética personal? La rendición del hombre contemporáneo frente a los placeres del bienestar, aderezado con los rancios valores del deber y el patriotismo Franquista.
«Si existe la pena de muerte, alguien tiene que aplicarla.«

La escopeta nacional (1978)
Jaume Canivell es un fabricante catalán de porteros automáticos. Viaja a Madrid, acompañado de su amante, para asistir a una cacería en la que pretende relacionarse con gente de la alta sociedad española.
La bondad mostrada en ciertos personajes de las anteriores obras de Berlanga desaparece por completo en la caricaturesca y sarcástica La escopeta nacional. La propuesta coral por excelencia de su filmografía, en la que los conocidos como poderes fácticos de la época (y lamentablemente, de todas las épocas) se convierten en puros arquetipos de los defectos patrios: el empresario catalán que busca influencia política a toda costa para mejorar el negocio, los aristócratas venidos a menos con graves problemas económicos pero que siguen conservando su afán de poder, el sacerdote mal hablado y agresivo que siempre permanece al lado del Sol que más brilla, el cargo político que usa (y abusa) de su poder para conseguir beneficio propio, y un largo etcétera de acertados retratos de las miserias de las clases pudientes y de los decadentes y descarados tráficos de influencias de la época Franquista. Los elaborados e interminables planos secuencias van acompañados por historias cruzadas de múltiples personajes en frenéticos y constantes diálogos. Del reparto coral destaca el personaje del marqués de Leguineche, encarnado a la perfección por Luis Escobar Kirkpatrick, un lamentable aristócrata venido a menos con una particular afición, que resulta tan odioso y atractivo que ha protagonizado las dos secuelas de la película, e inferiores a la original: Patromonio nacional y Nacional III. Visión satírica del fin de una era, de una época en la que unas clases privilegiadas se removían para mantener esos privilegios, a toda costa, aunque eso suponga traicionar sus propios principios o cambiar posicionamientos en los que anteriormente se habían mantenido firmes. Los santos inocentes, obra de Miguel Delibes que adapta al cine Mario Camus, realiza un retrato trágico de una familia de campesinos que es explotada por un terrateniente. La escopeta nacional usa el sarcasmo y la comedia para describir a esos mismos terratenientes y sus aliados próximos. Pese a las diferencias de tono y mensaje, se retrata la misma mezquindad.
«Y ni fueron felices, ni comieron perdices… porque allí donde haya ministros un final feliz es imposible»

La vaquilla (1985)
En el frente, un altavoz de la zona Nacional anuncia que se va a celebrar una corrida. Cinco hombres de la zona Republicana deciden robar la vaquilla para arruinar la fiesta al enemigo y conseguir unos buenos filetes.
Berlanga deja de lado la postguerra para lanzarse de lleno a las trincheras del conflicto bélico que marcó el devenir de nuestro país tal y como lo conocemos. Sustentado en sus pilares básicos de reparto coral, constantes diálogos, crítica ácida, largos planos secuencia y retrato caricaturesco rozando el esperpento, en La vaquilla se muestran las vergüenzas de los bandos enfrentados. Las dos Españas. Con un guion escrito de nuevo por el tándem Berlanga-Azcona, el texto estaba listo desde finales de los años 40, pero la película no pudo llevarse a cabo hasta una década después del fin de la dictadura Franquista. Centrada en lo cotidiano, evidencia como las ideologías enfrentadas desaparecen cuando en las trincheras surge la necesidad, elemento unificador claves para la comprensión. Los intercambios de tabaco, alcohol, ropas y alimentos forman parte de la rutina, y al aproximarse los bandos es fácil ver que se tiene más en común con el enemigo de lo que uno se piensa, y más tratándose de hermanos, amigos y vecinos en contienda. Una película escrita desde la sinceridad, con voluntad reconciliadora y con ganas de mostrar lo que nos aproxima más que lo que nos separa, usando de nuevo el sentido del humor para mostrar una profunda crítica hacia temas que parecían intratables desde esa perspectiva. Pese a que en su momento se acumularon voces que criticaban el film por frivolizar el conflicto, se consagró como el mayor éxito de taquilla del director, y aunque no consiga alcanzar el nivel de sus mejores obras, La vaquilla propone momentos de absoluta lucidez con los que es imposible no reírse o reflexionar, además de dejar para la posteridad uno de los desenlaces más dolorosos y metafóricos sobre nuestra Guerra Civil que jamás se hayan filmado. No solo matan los toros y la guerra.
– Señora condesa, ahí podrá disfrutar de su paella.
– ¿Ahí? ¿Ahí no será sacrilegio?
– ¿A usted qué le parece?
– Si hay marisco… no.