
Atlàntida Film Fest llega a su décima edición. El festival que nace con el objetivo de dar a conocer al público las mejores películas internacionales que no encuentran lugar en nuestras salas de cine, tiene una vertiente presencial en Palma de Mallorca y otra por Internet a través de su plataforma. En la crónica de hoy: Ladrones de cuadros, recuerdos de millennials e infidelidades del pasado (Atlàntida Film Fest 2020).
Atlàntida Film Fest
Atlàntida Film Festival es un festival que toma el nombre de un continente perdido y lo hace con una programación totalmente gratuita en Palma de Mallorca y a un precio simbólico en Internet. Atlàntida puede decir orgulloso que se trata del primer festival de cine online de nuestro país, y que además existe para reivindicar un cine más desconocido que difícilmente llegue a nuestras salas de cine. Después de superar los 150.000 espectadores y de ser elegido Mejor Festival de España por el Ministerio de Cultura (ICAA) en 2015, Atlàntida se ha consolidado hasta alcanzar una magnífica programación dentro de su décima edición.

A Son (2019)
de Mehdi M. Barsaoui
Fares, Meriem y su hijo Aziz están de vacaciones en Túnez, en el verano de 2011. Mientras conducen por una carretera de tierra, un vehículo del ejército es emboscado y Aziz recibe un disparo que le deja gravemente herido.
El debut de Mehdi M. Barsaoui, quien se encarga de la dirección y guion de A son, es una propuesta que no deja títere con cabeza al abordar temáticas complejas y que resultan tabú en un país como Túnez. A partir del suceso más trágico que puede sufrir una pareja, ver como el hijo que tienen en común se va apagando por culpa de un disparo, el film aborda temáticas tan complejas como el rol de la mujer en el mundo musulmán, las limitaciones que suponen determinadas creencias para el sistema sanitario y la fortaleza de la pareja en una situación límite. Todo aderezado con un contexto convulso a nivel social y político, en verano de 2011, tras la truculenta primavera árabe que derrocó a Ben Ali y a Gadafi. Muchos son los prejuicios que se tienen sobre el mundo árabe, lo que provoca una generalización de las opiniones que resulta negativa para toda una sociedad, y aunque algunos de los elementos mostrados en el film son terribles, siempre cuentan con un contrapunto humano que permite un atisbo de esperanza. Con un ritmo intenso, unas actuaciones descarnadas (especialmente la de Sami Bouajila, interpretando al desesperado padre de Aziz) y una historia repleta de giros argumentales con un tremendo crescendo de tragedia tras tragedia, A son es una obra apasionante que no da un respiro al espectador y que no duda en resultar crítica e incisiva. Absolutamente extenuante. Absolutamente necesaria.

Dirty God (2019)
de Sacha Polak
Jade es una joven madre britántica que ha sufrido un ataque con ácido por parte de su ex pareja. Tras múltiples operaciones ha sido dada de alta, pero ahora le tocará enfrentarse a la parte más dura: afrontar su nueva realidad.
En 2018 se estrenó un film polaco llamado Mug en el que al protagonista se le desfiguraba la cara debido debido a un terrible accidente. A partir de ese suceso le tocaba enfrentarse a las mentes retrógradas de su pequeño pueblo, todo un relato de crítica a una sociedad polaca caduca. En Dirty God la protagonista también sufre una desfiguración, pero debido al ataque con ácido de su ex pareja. Volver a su vida de siempre en la que la fiesta y salir a ligar son una constante, no resulta nada fácil. Se siente constantemente observada, no se acepta a sí misma en su nueva apariencia y solo consigue introducirse en una espiral de autodestrucción constante. Si a eso le sumamos unas desfavorables condiciones sociales y económicas, unas amistades con las que cada vez se distancia más, un núcleo familiar en el que su madre solo tiene reproches por su estilo de vida y en el que su hija se asusta al ver su nueva apariencia, todo apunta a que Jade no lo va a tener fácil para seguir adelante. El premiado film de Sacha Polak huye de cualquier tipo de victimismo y naturaliza una sexualidad que puede resultar incómoda en muchos contextos, consiguiendo que este relato de empoderamiento femenino tenga una voz propia que resuena tiempo después de haber visto la película. Con el protagonismo absoluto de la debutante Vicky Knight, una actriz desfigurada por unas quemaduras que sufrió de más joven, se consigue una veracidad que traspasa el guion inicial e impregna el film con su propia historia, consiguiendo un acercamiento muy realista sobre una realidad pocas veces mostrada.

La pintora y el ladrón (2020)
de Benjamin Ree
Dos cuadros de la pintora Barbora Kysilkova son robados de una galeria de arte en Oslo. Los ladrones son detenidos y Barbora se aproxima a uno de ellos para descubrir qué ha sucedido con los cuadros.
La pintora y el ladrón es un documental premiado por el jurado del festival de Sundance que narra una historia sobre la conexión humana, la amistad y el propio proceso de creación en el arte. De un suceso que aparentemente puede generar distancia entre dos personas, una pintora y el ladrón que ha robado dos de sus obras, surge una sincera y profunda relación de amistad. Ella es Barbora Kysilkova, una mujer de origen checo que vive en Oslo donde tiene un estudio en el que crea sus obras de pintura hiperrealista. Él es Karl-Bertil Nordland, un ex convicto lleno de tatuajes y adicto a las drogas. Con ausencia total de datos o voces en off, el documental muestra las imágenes del robo de los cuadros para dar paso al juicio y los dos puntos de vista de los protagonistas sobre la relación de amistad que lentamente se va forjando entre ellos. Pero eso es solo la punta del iceberg. Cuando el documental profundiza en la propia inspiración de Barbora para crear su arte o en los pilares en los que se fundamenta la amistad entre ella y Karl, las luces y sombras hacen su aparición e inundan el relato. Una historia de amistad profunda, íntima y sincera pero que a su vez da la impresión de ocultar algo muy oscuro en su interior. El montaje del documental es todo un acierto de Benjamin Ree, ya que va desvelando lentamente los secretos de los protagonistas como si de un film de suspense se tratase. Reflexión sobre los traumas pasados, la necesidad de compartir nuestra experiencia y el poder curativo del arte. Una joya.

Moffie (2019)
de Oliver Hermanus
A sus 16 años, Nicholas Van der Swart es convocado para realizar el servicio militar en la Sudáfrica de los años 80.
El director sudafricano Oliver Hermanus firma con Moffie la que es considerada su mejor película, llegada a ser catalogada como una obra maestra por la prestigiosa revista Variety. Este film con tono poético e impecable a nivel formal, adapta las memorias de André Carl van der Merwe, quien realizó el servicio militar en Sudáfrica a principios de la década de los 80. Una Sudáfrica convulsa, en conflicto armado, en pleno apartheid y en el que la comunidad gay era perseguida y tratada con violencia (sufriendo así su propio apartheid). Pese a la tendencia melodramática natural que tienen los terribles sucesos que se muestran en pantalla, el film consigue tener un aura de ternura, de rito de iniciación ligado al descubrimiento de la sexualidad propia y de relato íntimamente personal que consiguen un delicado y magnífico equilibrio entre lo trágico y lo entrañable. Como si de una fusión perfecta entre la crudeza del entrenamiento de La chaqueta metálica se mezclase con la delicadeza de Moonlight al tratar la identidad y la sexualidad. Moffie despunta como una propuesta personal en la que la cámara pocas veces se aleja del protagonista (resulta encomiable el plano secuencia de la piscina) y en la que el uso de la banda sonora refuerza de forma magnífica y sin necesidad de excesos de subrayados el estado de ánimo de Nicholas. Una de las mejores propuestas del Atlàntida Film Fest de este año.

Play (2019)
de Anthony Marciano
A Max le regalaron una cámara en 1993, cuando tenía 13 años. Durante 25 años no ha dejado de filmar todo lo que le ha sucedido. Un retrato generacional que cruza tres décadas.
Tras una primera imagen del protagonista diciendo que necesita asegurarse de algo antes de poder actuar, se abre paso una pantalla en formato 4:3 completamente azul con algunas rallas, típica imagen de VHS, y empiezan a sonar las primeras notas de What’s my age again? de Blink 182. Toda una declaración de intenciones de Anthony Marciano, director y guionista de Play, quien hace un repaso de la preadolescencia a la edad adulta de toda la generación millennial a través de la vida de un grupo de inseparables amigos formados por 2 chicos y 2 chicas. Como si de un found footage para nostálgicos de su juventud se tratase, recorremos diferentes épocas de la vida de este grupo de amigos través de las grabaciones de las cámaras de vídeo de los años 90 hasta los más actuales selfies grabados con móviles de última generación. Una comedia romántica, un documental de vida, una carta de añoranza a una época más sencilla con un mensaje de vitalidad en el que se remarca que los errores cometidos en el pasado pueden ser superados en el presente. Con una maravillosa banda sonora cargada de temas emblemáticos y situaciones llenas de sentido del humor y melancolía, el film es una inyección de buenos sentimientos y de añoranza por los años de juventud. Una época en que los amigos lo eran todo, en que las emociones y la intensidad estaban constantemente a flor de piel y en que poco a poco y a base de pruebas y errores nos descubríamos como personas. Aunque resulte un tanto artificial en su propuesta por momentos excesivamente orquestada, especialmente en su recta final, Play es una auténtica delicia que consigue removernos por dentro y dejarnos con una dulce sensación de bienestar.

System Crasher (2019)
de Nora Fingscheidt
Benni es una chica de 9 años que va de centro de acogida en centro de acogida. Su fuerte carácter consigue acabar con la paciencia de todo el que se cruza con ella.
Toda persona que haya trabajado vinculada de alguna manera al sector social guarda en su memoria un caso que le ha marcado, del que se ha llevado parte de su historia a su vida personal y en el que se ha dado cuenta de que era incapaz de ofrecer la solución o el apoyo que se necesitaba. System Crasher pone el dedo en la llaga al mostrar uno de esos casos que genera frustración a su entorno y vislumbra la incompetencia del propio sistema para hacer frente a todas las problemáticas que lo envuelven. Una aparentemente adorable niña rubia de ojos azules de 9 años, abandonada por su madre, vive entre familias de adopción, centros de acogida, educadores y otros niños y niñas con sus propias cargas personales. Los ataques de ira son explosivos, cargados de agresividad y constantes en el día a día de Benni, generando malestar y frustración entre todas las personas que se relacionan con ella. Pero como toda reacción tiene su causa, cuando se da respuesta al comportamiento de la pequeña nos damos cuenta de que lo verdaderamente desastroso es el papel de una incompetente familia y de un sistema que se ve superado por este tipo de casos. El debut de Nora Fingscheidt a la dirección y al guion, es una obra potente, emotiva e incómoda que cuenta con la genial actuación de Helena Zengel, la joven actriz que encarna a Benni y que consigue llevarnos de la comprensión al odio más visceral con cada sonrisa y explosión de ira. De obligado visionado para toda persona interesada en el mundo educativo y social.
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